Mi vecindario
Me alquilé un cuarto lejos de la perfección, ahí vivo tranquila y con muy pocos vecinos. Es un vecindario agradable, lleno de proyectos por terminar, lo que hace que sus habitantes siempre estemos ilusionados. Allí todo el mundo entiende que la felicidad es un momento, un abrazo, una puesta de sol, un besito robado en cualquier esquina de este vencidario maravilloso. Aquí la gente es muy intensa y cuando entristece, porque hay que entristecer de vez en cuando, se vuelve pesimista, arbitraria, y la piel de los habitantes se vuelve azul. Esto dura unos días y poco a poco van recobrando su colorcito chulo, tocado por el sol. Entonces se vuelve esta gente muy trabajadora y piensa que es invencible y le coge con escribir, con pintar, con cantar, con crear cosas que a veces desbarata cuando se vuelve azul. Las calles de este vencindario son largas y angostas y se carácterizan porque en cada una de ellas hay una bocina gigante, que cuando está encendida reboza la calle de música. A veces suena Fefita "La Grande," encedia con su acordeón, y los habitantes se la imaginan con su cabello arreglado en un moño que parece el Monte Everest, repleta de cadenas de oro y anillos de diamantes. Divina ella. Hoy en la bocina suena Silvio Rodriguez. Divino él.
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